Hace ya el tiempo justo que leí Cuatro Cuartetos de T. S. Eliot, en un librito más de los que componían aquellas mitificadas Ediciones de Bolsillo, de las que guardo los ejemplares que adquirí con mucho mimo. Por ejemplo, el nº 541, Sonetos y endechas, de Sor Juana Inés de la Cruz, con prefacio de Rosa Chacel. Rosa no era precisamente la mejor introductora porque una cosa era el sentido religioso de la monja -si lo tenía-, y otra la lectura feminista que pretendía la escritora. Aquellos Cuatro cuartetos, que me parecen superiores a Tierra baldía, me sirvieron para entender que había otro tipo de poesía diferente a la de Machado, Lorca o Miguel Hernández, los modelos que quisieron meternos por las narices los gurús del negocio cultural, con independencia de que fueran rescatados por la cultura oficial de la transición. Esta imposición me ha llevado a no considerar entre mis poetas a los citados. O sea, los releo poco.
Hace unos meses quedé deslumbrado. Había adquirido, porque no estaba en mi biblioteca, LA TIERRA BALDÍA de T. S. Eliot. El libro, impecable de presentación y encuadernación, lleva una fajita en la que se lee: "El mejor poema del siglo XX".
Entonces, en el mismo momento de leer esta tontería -¡maldita publicidad!-, sentí cierto malestar en el estómago. Le di la vuelta al libro y comencé a sufrir. Me aseguraban que era, además, el gran poema del siglo XX, "una obra esencial para entender nuestro tiempo". ¡Ostras, Pedrín! -me dije-: ya voy a entender algo de la vida que he vivido desde 1940 y voy a conocer el provecho de los 16,90€ que me costó el libro. Cuando acabé de leer el paratexto de la contraportada ya me sentí confortado y me dije que tenía que haberlo comprado antes. Me leí el libro entero, comenzando por el prólogo, me leí las notas a pie de página, me leí todo lo que había antes de La tierra baldía, o séase, Prufrock y otras observaciones, pero no sentí nada especial, ni siquiera me di cuenta de "una dicción y unas imágenes rompedoras", ni me emocionó "la desnuda humanidad que estalla en silencio".
Como hago siempre, dejé el libro en su lugar descanso y ahora lo he vuelto a recuperar. Lo lamento, pero soy un degenerado porque no vibro. No entiendo nada. Eliot, como Bloom pertenecen a otro mundo cultural. Quizá, por eso, sus referencias no son las mías. El Ulises de Joyce es interesante porque parece el mundo grecolatino, al menos un mundo humanista, el que está presente en su desarrollo. Así que el canon de Bloom es anglosajón y el de Eliot igual, aunque de otro tipo.
Anoche me leí con muchísima atención "La canción de amor de J. Alfred Prufrock" y "Retrato de una dama". Ni escuché música alguna, ni Miguel Ángel estaba a mi alcance, aunque las mujeres hablaban de él. El poeta pensaba que las mujeres que hablaban de Miguel Ángel se fijarían en él y se darían cuenta de su incipiente calvicie, de su vestimenta. Pero el poeta ya lo conocía todo: los crepúsculos, las tardes y las mañanas. También conocía su vida medida con cucharillas de café -uno cada mañana-. Pero tampoco he hallado amor, el amor. Menos mal que las sirenas, que no cantan para él, cabalgan hacia el mar, mientras el poeta y el lector sentimos "voces humanas que nos despiertan y nos hundimos en el agua".
Continuará
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